La Mancha que Viera describe es una especie de lugar fuera del tiempo, en el que la gente vive sin aspiraciones por cambiar, por entender o razonar, agradecidos de sus amos que les permiten comer, bailar, producir hijos, vivir. Su prosa no manifiesta tonos críticos o intenciones didácticas, limitándose a poetizar aquella realidad que no cesa de ser concreta, sanguínea y torpe.
Cioranescu, 1976
Si consideramos la situación de España en la década de los setenta del siglo XVIII —el descomunal atraso tecnológico, científico y artístico; la estricta censura, las abismales diferencias económicas— podemos solo intentar imaginarnos lo que supuso para un José de Viera y Clavijo (1731, Los Realejos – 1813, Las Palmas de Gran Canaria), el «máximo exponente de la Ilustración canaria», abandonar el país y ver, con sus propios ojos, el contraste entre aquello que conocía y la alta sociedad parisina.
La apertura tan repentina en su visión tenía que reflejarse, de alguna u otra forma, en su literatura. No dudo que Viera y Clavijo fuera ya, desde antes, plenamente consciente de la pobreza que azotaba a España, pero tampoco contaba con ninguna referencia externa con la que compararla. Incluso es difícil imaginar que estuviera completamente al tanto del gigantesco movimiento que vivían países como Alemania, Inglaterra, Italia y, especialmente, Francia, en ese llamado «grandioso Siglo de las Luces».
Antes de salir de Madrid, Viera y Clavijo no era más que un ayo que coqueteaba con los escasos avances científicos y artísticos que lograban filtrarse por España; y, aunque había recibido una educación eclesiástica, había tenido la suerte de coincidir con personas que estaban más bien abiertas al cambio, aquel que prometían las noticias que llegaban del resto de Europa —y que parecía suministrarse con un cuentagotas—. No fue hasta su viaje a Francia cuando se dio cuenta, realmente, de lo que estaba pasando fuera.
En su diario Viaje a la Mancha la ironía y la guasa, fácilmente palpables, parecen tener un destello conformista, como si fuera inevitable e inalterable el estado triste y pobre en el que se encontraba España. Asumida esta realidad, el autor parece limitarse, en lugar de relatar lo que ya conoce, a jugar con su narrativa, haciendo uso de múltiples bromas y juegos de palabras, de un sarcasmo agudo y de ridiculizaciones a los pobres e incultos habitantes «mal vestidos, áridos y sedientos». No se preocupa por hacer un retrato de las condiciones de la Mancha —en las que no encuentra nada novedoso—, sino que se centra, más bien, en construir un estilo ligero, ingenioso y divertido. En este viaje, la escritura parece un pasatiempo para matar las horas en medio de esas tierras áridas, tediosas y monótonas.
¡Qué era ver al citado caballerizo y al bravo Caminero arrojar de las ventanas puñados de dinero en cuartos y ochavos! ¡Qué, la calle cuajada de aquella gente mal vestida, árida y sedienta, que no sabía huir de tan desaforada lluvia de cobre! ¡Qué, la tropelía, los gritos, las posturas, las puñadas, las caídas, las embestiduras y confusión que ocasionó esta cucaña!
De Dos viajes por España
Junto con el retrato mordaz, burlón de los pobres que recogían el dinero que arrojaba el tal Caminero, se nos refleja a la Mancha hambrienta y pobre, enloquecida al ver unos cuartos y ochavos. No es la intención de Viera y Clavijo, sin embargo, hacer una demanda social a través de su narrativa, ni siquiera parece que haga uso de la ironía con ese propósito, sino con el de pasarlo bien y hacer reír al lector. Si contrastamos este párrafo a uno posterior, se hace evidente cómo, antes de su contacto con el mundo de las Luces, Viera y Clavijo no se preocupaba por redactar textos que tuvieran un carácter ni crítico ni útil. Simplemente hacía uso de su elocuente narrativa como una forma de divertirse y divertir.
El sentimiento poético de aquél [Viera y Clavijo] prevaleció sobre la observación de la realidad.
Maurizio Fabbri
Viaje a la Mancha huele, aún, a Barroco: la inmersión en la forma, el sentido del humor, los juegos de ingenio. Desde luego, Viera y Clavijo no cuenta con una narrativa que pueda catalogarse dentro de lo barroco, ni siquiera en su literatura anterior a los viajes por Europa, pero podría ser una pista de cómo la Ilustración no había calado al abate por completo, quizás aún retenido —incluso de forma inconsciente— por el magnetismo de los siglos de Oro, ya pasados pero inolvidables.
Que Viera y Clavijo, antes de conocer Europa, no le diera importancia a reflejar una realidad objetiva, que describiera las tierras del Marqués de Santa Cruz (tierras manchegas) de una forma que no respondiera a la realidad, y que no se preocupara por escribir un diario de viajes con los elementos que los neoclásicos elogiarían en la llamada literatura de viajes (descripciones exactas de paisajes y ciudades, sensibilidad y empatía hacia las clases bajas, impresiones profundas y críticas, etc.) es significativo de cara a la evolución que vivió como escritor y también como humano. Posteriormente, todas estas características las incorporaría no solo a su literatura, sino también a su vida cotidiana.
En uno de sus diarios posteriores —posterior, también, su viaje por Francia, en el que se empapó de moda, maquillaje, tacones y pelucas, pero sobre todo, de las tendencias más adelantadas de la época—, Viaje a Italia, a su llegada a Venecia, son notables los cambios en su narrativa y resalta la seriedad en el registro:
El acercarse á una vasta ciudad que se levanta del medio del agua; entrar por unas calles todas de agua, cuja superficie brilla con el reflexo de los faroles que las iluminan; encontrar las góndolas de pavellones negros, que giran en lugar de coches; la vista de los palacios y grandes edificios, todo compone un espectáculo muy estraño para el viajante que llega por primera vez a Venecia, y que llega de noche.
de Estracto de los apuntes de mi viaje desde Madrid a Italia y Alemania
En los apuntes del Viaje a Italia observamos descripciones detalladas que se detienen una y otra vez en cifras y datos técnicos —cuántas millas de viaje, cuántos pies de suelo, cuántos sacerdotes en un convento—. Si deja a un lado el sentido del humor y la ironía que tanto caracterizaron el diario de Viaje a la Mancha, los sustituye por un sinfín de detalles que reflejan el asombro e impresión propios de un descubridor de nuevos y extraños países.
El José de Viera y Clavijo sarcástico y campechano parece quedar atrás para abrir paso a uno con gigantescas inquietudes intelectuales, culturales y artísticas. Su literatura no solo viajó de un estilo lleno de sorna y carente de demandas sociales, a uno lleno de tecnicismos, cifras, descripciones y enumeraciones, sino que los intereses y temas frecuentes del autor se vieron también fuertemente influenciados. En lugar de escribir sobre una Mancha de forma poco objetiva y con una pluma elocuente y divertida, se concentra en aplicar los ideales ilustrados —entre ellos, la literatura como vehículo del aprendizaje— en cada una de sus palabras, y de seleccionar adjetivos precisos. Así llena sus páginas de datos concretos, buscando ser fiel a la realidad y a difundirla con exactitud al resto de Europa.
Los últimos años de su vida los dedicó a escribir documentos epistolares y poesía didáctica. Ya habían calado en él las tendencias neoclásicas que poco a poco se abrían paso en la España de siempre.