Black Mirro 1×02 y ‘La Sociedad del Espectáculo’
Sí, obviamente “alerta spoiler”.
Hace un tiempo, cerveza en mano, decidí volver a ver algún episodio de Black Mirror. Una serie que, desde luego, no deja indiferente. Para quien no la conozca (que por cierto, no debería seguir leyendo más allá de este párrafo) es una serie que consta de capítulos de temática independiente, salvo por un aspecto: todos ellos parten de una realidad social que estiran, sacan de contexto o llevan al límite. Y no solo eso, sino que todos y cada uno de los directores que han pasado por ella –desde Brian Welsh hasta Owen Harris, conocido por Skins y Misfits– hilan las historias de una manera sorprendente y, sobre todo, inquietante.
Como he dicho, Black Mirror lleva aspectos de la sociedad occidental hasta el extremo, sugiriendo hasta dónde podríamos llegar si seguimos así. Sin embargo, creo que se trata más bien de una hipérbole social. Me explico. Si bien es cierto que los capítulos parten de una base futurista o radical de la sociedad actual, parece que solo la tecnología ha avanzado y no la ética o el razonamiento humano. Esto es, la serie no señala la realidad que nos plantea como algo posible en sí mismo, sino que lo plantea como un signo de lo que ahora mismo representa la sociedad occidental.
Total, entre trago y trago de birra fui anotando determinados momentos del episodio para comentarlos brevemente. Probablemente muchxs os habréis dado cuenta ya del significado de los signos que se suceden en el episodio, pero me gustaría llevarlo un poco más allá relacionándolos con algo de teoría.
Desde el principio, todo gira en torno a las bicicletas estáticas. Los ¿empleados? del complejo dedican su jornada laboral a pedalear a cambio de dinero y entretenimiento. De cara a una pantalla, de la que emana una cultura de la que hablaré más adelante. Su “trabajo” parece un símbolo de la ilusión de que, de alguna manera, estamos avanzando, moviendo el mundo, cuando en realidad pedaleamos hacia ninguna parte. Lo cual me recordó a Fukuyama y ‘El Fin de la Historia’.
Francis Fukuyama, politólogo estadounidense, escribió ‘El Fin de la Historia’ en 1992. Se inscribe en el contexto de la victoria del capitalismo sobre el socialismo, con la caída del bloque del este. Para él, esta victoria del capitalismo es la final, la definitiva. Con ella, el capitalismo ha demostrado ser el mejor sistema económico, y la democracia liberal el político. De esta forma, Fukuyama plantea que este cambio es irreversible: es el fin de las ideologías y de la historia. El capitalismo ya no tendría ningún sistema que le reconociera sus propias limitaciones y debilidades. Esto tendría como consecuencia, dice el propio Fukuyama, la consolidación de un pensamiento único, o más bien un monopolio del pensamiento. La cultura, creadora de ideología, formará parte del sistema, se capitalizará como todo lo demás. Por tanto, la ideología no será más que un producto de un producto.
Esto nos lleva atrás en el tiempo, concretamente 30 años antes. Al otro lado del charco, en el turbulento clima político de los 60, el filósofo marxista francés Guy Debord escribió su libro ‘La Sociedad del Espectáculo’. Debord fue uno de los grandes ideólogos del movimiento intelectual que llevó a la política francesa a explotar en aquel mayo del 68. Fue miembro fundador de la Internacional Socialista, organización que agrupaba a un reducido número de intelectuales y artistas comprometidos políticamente.
Me encantaría concentrarme en la figura de Debord, pero la altura política y cultural de este personaje supondría dedicarle un post entero. Quizá en un futuro no muy lejano. En cualquier caso, Guy Debord otorgaba suma importancia a la ideología, a la capacidad de la burguesía de generar cultura y homogeneizarla. Algo que, a simple vista, puede recordarnos vagamente a Gramsci.
‘La Sociedad del Espectáculo’ fue escrito en el año 67 con el objetivo de retratar el declive de la sociedad occidental representado en la cultura de masas que gira en torno a los medios de comunicación. Señalaba a tales medios como creadores de representaciones que se presentan a sí mismas como realidad. Debord define el espectáculo como “una relación social entre la gente que es mediada por imágenes”.
Salvando las distancias, resulta plausible aplicar los razonamientos de Debord a la sociedad actual. Casi 50 años después parece que hemos avanzado mucho cuando, realmente, no hemos avanzado nada. Los medios de comunicación siguen –y seguirán bajo el capitalismo– en manos de un puñado de capitalistas que controlan la información de acuerdo a los intereses de su clase.
Parece una buena base teórica para ir comentando cómo funciona el sistema del episodio, ¿no? Las bicicletas estáticas nos atan, dándonos la sensación de que con ellas avanzamos. Mientras, nuestro único acceso a la realidad nos viene dado a base de imágenes que, quien esté detrás de todo ello, le interesa que veamos. Tampoco deja lugar para espacios colectivos, en toda la serie no hay un momento en el que esté un grupo de personas juntas y hablando sobre algo medianamente trascendental. ¿Y qué ocurre cuando hay varias personas simultáneamente en una sala? Puede ser que compitiendo en la bicicleta estática. Sí, compitiendo. Recordad que, en caso de no hacerlo bien, se te pone un uniforme amarillo. Es decir, no tienes margen de maniobra: o participas dándolo todo, como el resto, o estás fuera. ¿Pero fuera de qué? Durante los casi 50 minutos de capítulo no hay ninguna escena en el exterior. La vida de los trabajadores transcurre, día sí y día también, en una representación de la realidad, una cultura determinada por la persona o personas que estén detrás de ello. Y, como en toda sociedad, es la cultura la que forja tanto la personalidad como las metas de los individuos. Entonces, ¿cómo es esta cultura y qué promueve?
– Banalización de la violencia.
Desde el principio vemos cómo la violencia se normaliza y se usa de manera recreativa. No solo la violencia expresada con armas, sino con burlas e insultos. Un buen ejemplo es el programa que el compañero de bicicleta del protagonista suele ver, en el que se tiran tartas a personas obesas entre sonidos que se supone son graciosos.
– Banalización del sexo – patriarcado.
Este tema es más complicado. El sexo en el episodio solamente aparece en forma de imágenes en la televisión, pero es obligatorio de ver para todos y todas (salvo que pagues una penalización). Dentro de los múltiples tipos de sexo existentes, esta cultura solo plantea uno: machista y grotesco. Sexo de plástico y objetivización de la mujer, que pasa a ser un producto más. No hay más que ver el ofrecimiento que le hacen a la protagonista para participar en una película porno: no te queremos a ti, como persona, sino como cuerpo, como producto.
El concepto de feminidad también forma parte de la cultura del sistema. Si quieres triunfar, si quieres llegar a algo más que a dar pedales en una mierda de bici, tienes que aceptar la idea de feminidad que te imponen. El circo del concurso de canto, berreando “Do it” (Hazlo) al ofrecimiento del porno lo ejemplifica.
– Individualismo.
No hay más que ver el concurso de canto que copa la vida televisiva de la comunidad día sí y día también. Egos sin apenas talento alumbrados con los más potentes focos, atrayendo la atención y la admiración del resto de la comunidad. Y bueno, durante todo el episodio no se ven actos colectivos. Las relaciones sociales entre los miembros de la comunidad quedan reducidas a burlas y conversaciones forzadas.
– Sociedad instagram/Generación del selfie – Hedonismo.
Pero sí hay algo que quieren comunicar, algo que quieren gritar al mundo: lo increíbles que son y lo diferentes que se creen. El personaje pelirrojo, que debe tener un par de frases en 50 minutos de serie, pasa un buen rato escogiendo los accesorios de su avatar en la red. Es su manera de comunicarse, a través de sus elecciones en un monigote online. Pero oye, ahí están.
Hay otro momento increíble, y es en el que hay una muchedumbre esperando a que los llamen para el casting del concurso de canto. Me pareció una representación muy digna de nuestra generación, de la sociedad Instagram. Mucha gente en un espacio reducido clamando a los cuatro vientos lo acojonantes que son –en este caso lo bien que cantan– y no haciéndose ni puto caso porque no se pueden oír entre tanto caos.
– Exteriorización de las emociones a través de redes sociales.
Tampoco se puede ver a miembros de la comunidad compartiendo impresiones, sentimientos o emociones, salvo en el caso de los dos protagonistas. Solamente pequeños gestos faciales que esconden de la vista de los demás. Pero todo cambia cuando pueden expresarlos desde sus monigotes online. En el concurso de canto, el público está compuesto por estos monigotes, que representan a otros monigotes –humanos– sentaditos en sus cuartos. Todos ellos expresan lo que sienten en cada momento, desde el pelirrojo de las dos frases hasta el imbécil supremo. El último parece cambiar radicalmente: de ser un gilipollas y un ignorante a ser una persona con sentimientos. Imágenes, imágenes. La comunicación por imágenes se interioriza, y ofrecemos imágenes distintas de nosotros mismos para aparentar lo que realmente queremos ser. Y esto que realmente queremos ser nos viene a su vez dado por el sistema.
Con un sistema que se nutre de sí mismo, el complejo parece indestructible. Genera una cultura de imágenes que, a su vez, es interiorizada y representada por la comunidad. El sistema se autogenera. Parece imposible que algo pueda cambiar, que alguien pueda atacarlo. Es esto o nada; lo tomas o lo dejas. Si quieres llegar a algo debes dejar al resto atrás. Lo que Gramsci denominó aceptación pragmática. Sí, veo que hay algo que no funciona, algo que no es justo… Pero si aspiro a ser algo en la vida tengo que dejarlo de lado y concentrarme en mí mismo. Una actitud más que lógica en un sistema que te educa en el individualismo, ¿no?
En Black Mirror es así hasta que el protagonista pierde todo. La chica en la que depositó su confianza le traiciona y de repente se da cuenta de la barbarie en la que participa. Rechaza todo tipo de imagen del sistema cultural, limitándose a ganar los 15 millones de puntos necesarios para participar en el concurso y lanzar su mensaje. Es decir, lleva su crítica por los cauces del sistema. Él sabe la verdad, y la suelta. Y el sistema se la apropia. La hace atractiva, la hace un producto. Un producto más, un pedacito de verdad en la maquinaria del sistema. Y se la vende.
Sin moraleja, sin final feliz. Somos imágenes y conformidad.
Maniquís y plástico.
Felicidades por esta entrada, simplemente impresionante.
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Muchas gracias por el cumplido, un placer que te haya gustado tanto 😀
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