Nos encontramos a finales del siglo XIX, período gris para la decadente aristocracia europea y de frenesí para la próspera burguesía americana. En este contexto, Henry James, siendo un puente entre ambas civilizaciones a través de sus novelas y relatos, exploraba la psicología de personajes de ambos mundos a través de su más que conocida técnica del punto de vista. Las fronteras entre el nuevo y el viejo mundo se diluían en el fondo del charco que los separa, y con ellas las diferencias culturales que se fundían en el frenesí económico y social del capitalismo.
Como era de esperar, la literatura de la época cambió radicalmente. La prensa supo adaptarse ante el creciente estrés de la sociedad americana y europea de la época, en las que aparecían los primeros signos de la posterior cultura de lo inmediato. Los periódicos sensacionalistas, llamados tabloids en inglés, consiguieron aunar la producción masiva y la sencillez o amarillismo de los contenidos, creando un tipo de lectura simple, entretenida y barata al alcance de todo el mundo, independientemente de su clase social, homogeneizando la opinión pública.
Fue en este contexto turbulento cuando empezó a haber un desequilibro entre la esfera pública y la privada. El amarillismo de la prensa se tradujo en un creciente interés por la personalidad y vida de los autores, que igualmente llevó a un impulso cultural que amenazaba las distinciones entre ambas esferas, distorsionándolas a favor de los tabloids de la época. Ante la emergente amenaza de los medios de masas, James quería preservar su ‘cuarto sin invadir’ en el que poder separar su vida privada de la pública. Con esta idea del cuarto en la cabeza, defendió a capa y espada el derecho a la privacidad no solo del autor, sino de la sociedad en su conjunto, de manera que cada individuo pudiera decidir en qué medida la relación entre su cuarto privado y el ámbito público fuera más o menos permeable. A pesar de que las personas, independientemente de su fama, pudieran decidir qué porción de su vida privada entregaban a la vida pública, la imperante necesidad de saber por parte de un público bombardeado con sensacionalismo empezó a violar la privacidad de numerosos autores.
¿Cuál fue la excusa? La expansión del conocimiento. Ya en la época del auge de los medios de masas, se estaba dando un fenómeno con raíces burguesas llamado “derecho a saber”. Como indica el historiador Jurgen Habermas, ya en el siglo XVIII la burguesía se posicionó en contra del privilegio de la monarquía y nobleza de la privacidad. Para hacer justicia, atacó tal privilegio para desenmascararles y pasarles por encima, para así posicionarse a la cabeza de la sociedad y la economía. Un ejemplo de este fenómeno podría ser Dangerous Liaisons, novela escrita por Pierre Choderlos de Laclos y publicada en los años que precedieron a la revolución francesa. Si bien esta novela narra, de manera epistolar, las complejas historias cuasi telenovelescas de la aristocracia francesa, lo más interesante es ver cómo ataca su privacidad desmenuzando el pensamiento aristocrático a través de sus acciones cotidianas, sus contradicciones de clase y su inmovilismo. Laclos quitó el tradicional aura de pureza de la aristocracia para hundirle la cara en el barro.
Si la burguesía ya atacó la privacidad de la aristocracia para desbaratar su poder, ¿es la actual masificación de los medios de masas el siguiente paso para bajar la privacidad, una vez más, de escalón y seguir «haciendo justicia»? La privacidad es la forma más profunda e integral de propiedad: une al propietario y a la propiedad en el mismo cuerpo. Por tanto, desposeer a una persona de su privacidad supone, en parte, la deshumanización de la misma, a merced de las imágenes de los medios de masas que suplantan a la persona en sí.
Voy a tratar de explicarme. Siento insistir con las imágenes de Dabord, pero en este caso no puedo dejar de mencionarlas. Al robar la personalidad se roba parte de una persona, ese trozo usurpado pasa a dominios públicos, pasando por las manos de los medios de masas. En sus laboratorios malévolos y sensacionalistas edulcoran, modifican y juegan con él, moldeándolo a su gusto para ofrecérselo a las masas a través de sus medios. Lo que se nos muestra por la televisión son imágenes fuera de la realidad. Una realidad que homogeiniza la destrucción de la privacidad y la extiende a todas las capas sociales.
2016. Ya ha pasado más de un siglo. ¿Qué tenemos ahora? Lo veremos en la segunda parte del artículo.