No más pausas de vida.
Que calle la naturaleza muerta.
Siento mis pies de hojarasca,
los dientes, de granos de maíz seco.
Un día se abrió como la sangre
de la mañana: circular y tendida.
Cayeron siluetas dulces
como cae el sonido del árbol talado.
No más pausas de risas.
Que caigan los gorgojos del centeno.
No siento más que el fatal tambor,
aquel espesor, lejano, que se extinguió
cuando salió el sol con dos lagartos como amuleto.
Solo siento el rincón de mi negro.
Siento solo mi pulso de alacrán,
pulso de veneno.
R. Torrealba