Inercia
Y siempre llegamos tarde a la vida,
y ahora escapan sin piedad esos años,
que hacen gala de su fuga irreversible,
del consiguiente daño irreparable.
Y se diluye la magia con el cínico disimulo
de quien dice pasar apenas de visita.
No se escapó tu primer tren,
sí llegaste a tiempo, sí te aferraste
al último vagón, a la vía, a una vida,
pero al otro lado del cristal se percibía
un vivir que marchaba a otro ritmo,
comandado por una locomotora
de velocidad inasible,
y no había frenos que accionar
que detuvieran la injusta sangría.
No se escapará tu segundo tren;
sí llegarás a tiempo, sí te aferrarás
al último vagón, a la vía, a otra vida,
pero dejarás piel en el andén,
olvidarás vida en la estación,
jirones de la más pura plenitud.
Otra piel y otra vida te contemplarán
en el destino, cuando el tren al fin pare,
cuando la sangría se detenga un instante.
Habrás mudado de piel,
habrás gastado una vida.
El instante será fugaz -cómo, si no-
y la sangría recobrará el aliento. Y a correr.
Con otra piel, en otra vida.
Marchan uno tras de otro,
y nunca amagan con volver.
Pasa uno, y otro, y otro…
Los años, no los trenes,
que los trenes al menos van y vienen.
Cómo disfrutar un viaje relámpago
si ha de condensar la eternidad.
Cómo no van a desintegrarse la lógica
y desbordarse los cauces de lo admisible.
Cómo soportar tanta incoherencia
asomado, además, al mayor de los abismos:
esa incierta duda, esa dudosa incertidumbre.
Qué hacer con las sonrisas,
las sigilosas y las desbocadas.
Qué con las madrugadas,
las negras
Dónde guarecer para siempre, a salvo,
los pasos y las miradas,
los aromas y la piel trasnochada.
Cómo guardar la supuesta infinitud
en finitas dosis de triste inmediatez.
Cómo salir de esta encrucijada,
cómo evitar esta parálisis en la inercia
que aboca sin remedio al vasto abismo
del temido desconocido.
Pablo Isidro