CHIQUILLADAS
SÍ-QUE-DABA
-¡Ay, la Virgen!
Fue todo lo que la abuela Clara remitió en su balbuceo, deformando entre los paletos su lengua cara y cana.
Claro que Clara, la otra, no se mostró tan entusiasta.
Tomó la mano materna.
-¿Quién es esta niña tan guapa?
-Tu nieta.
-Es guapa; de veras.
Dejaron el descansillo y las recibió la vivienda. También la tía Sandra, en silencio sepulcro desde su obscura sala.
-¿Está ahí?- señaló la mediana.
-Sigue ahí.
Clara dejó el orden de las cosas a su madre. Prefirió en cambio detenerse en un miriápodo detalle: la abuela, quién sabe si entonces cuerda, le había dedicado un altar precioso y un par de velas. Ocupaba numerosos portarretratos y delicadas estampas, fotos de su bautizo y comunión, de sus infantes andanzas; muchas más que su madre y su mayor hermana.
La abuela trajo yemas de Santa Teresa. La Virgen desde el calendario babeaba.
-Deja de andar como un corderito y come.
Qué más daba. Mordió. Clara pensó si la gente iba a misa los domingos a adorarla: los días de lluvia y frío, la misa de Gallo, con ramos, en Pascua…Romerías… Procesiones por el agua…
Realmente sí-que-daba.
EL JUICIO DE ANA BOLENA
Yo no estoy huyendo de nada. Los muros que me habéis plantado no crecen
-son de piedra-
y el degüelle dudo que sirva. Perdón y gracias.
Yo no escapo de nadie –veis, no estoy corriendo- tengo la conciencia dormida.
Las cosas que dijisteis, las palomas engranaje y la zorra astucia
se diluyen. Queda el mejor tramo.
Llegó el tiempo de las almas.
