Tú tan Julio, yo tan Cortázar.
Tú tan julio, yo tan enero.
Tú tan entrañas, yo tan corteza.
Tú tan juntos-mi-idilio, yo tan corto-el-azar.
Tú tan nosotros, yo tan yo.
Mateo Pierre
Tú tan Julio, yo tan Cortázar.
Tú tan julio, yo tan enero.
Tú tan entrañas, yo tan corteza.
Tú tan juntos-mi-idilio, yo tan corto-el-azar.
Tú tan nosotros, yo tan yo.
Mateo Pierre
En ese tiempo los rituales estaban en contacto directo con la tierra.
No sé si ahora lo estemos, pero me refiero a que estos denominados rituales se vivían y sentían como una experiencia mucho más cercana al lodo.
Es seguro que si hoy fuésemos a una comunidad indígena en América, África o Asia, aún encontraríamos eso de lo que escribo.
Pero ¿por qué una experiencia mucho más cercana al lodo?
Lo contrario a una sociedad occidental es precisamente el lodo.
Esto me lo explicó Francisca diciendo que la tierra mojada jamás sería algo sucio, sino todo lo contrario. Me contó que cuando dijo eso a unos escritores turistas muchos se mostraron entusiasmados y excitados expresándole su deseo por escribir prosas, artículos; cosas como hacer documentales y escribir bitácoras y novelas sobre su vida, su ritual y su aldea.
La verdad es que Doña Pancha mandaba el pulque al fondo de su garganta como ningún otro. Podía beber litros con ella en una sola tarde… Fumar y beber pulque y estar bieeeen. Dejar la mente flotando a voluntad y con toda la intención, para después mandar al estómago una buena dosis de buenos y poderosos tacos.
Escuchando a Doña Francisca aquella vez, me hizo pensar en muchas cosas.
Por cierto que uno de los que pretendían hacer cortos o documentales le querían poner el título ‘Con los pies en la tierra’ a su obra. Decían que su historia podía competir en Berlín y Polonia y lugares que doña Francisca no conocía. Decían cosas como “impacto social”, “difusión” y “justicia”, y no es que a éstas Doña Paca no las conociera o entendiera bien, al revés, pero ella había visto desfilar gentes que iban, estaban un poco, tomaban lo que querían y después se marchaban para no volver.
Esto viene pasando desde hace un montón de tiempo, lo sabíamos y esa no era la razón por la cual Francisca mostraba poco interés por los festivales de Cannes, en realidad ella siempre fue amable con los visitantes, incluso llegando a beber delante de ellos cualquier vasito de pulque porque según ella, era divertido ver como reaccionaban al primer trago.
Si intentáramos exponer aquí el porqué del poco interés de doña Panchita, probablemente acabaríamos por no explicar absolutamente nada, además, esto no se trata de explicar algo. Solo digamos que Doña Francisca no diría que no a nadie, a no ser que ese alguien le faltase al respeto a ella y a su gente, y que esencialmente no diría no a alguien con intenciones honestas de querer aprender.
La cosa es que llegaban y se iban, todos fascinados por la bella danza de los pies descalzos que Doña Panchita dice que ya se bailaba desde los tiempos del padre de su abuelo. Claro que con el correr de los años las oleadas de turistas se apelotonaban en torno al pueblo en la medida en la que la danza fue obteniendo aquella “difusión cultural”, cosa que ya en alguna ocasión le explicaron a Doña Francisca y a otros algunas autoridades municipales que mandaron construir un stand de folletos en el que ahora también se venden figurillas de danzadores y demás objetos turísticos. Les dijeron que él turismo era algo bueno para su comunidad.
El ritual de los pies descalzos se hacía en época de lluvias y tormentas, por lo cual la danza que comenzaba con los pies sobre la tierra, terminaba con los pies intentando dominar los pasos del baile en el lodo que se iba volviendo cada vez más resbaloso.
Todo el pueblo bebía diversos tipos de pulque durante tres días para incitar a los danzantes, los cuales no bebían nada para buscar la embriaguez directamente con sus bailes. Son danzas para sanar el espíritu, decía Panchita. Los danzantes entran en trance y se caen y se vuelven a levantar todos enlodados en la tormenta, así es la alegría de pertenecer a la madre naturaleza.
Le dije a Doña Francisca que había visto la danza de los pies descalzos muchas veces, pero nunca había visto lo que ella acababa de decir. De hecho lo que había visto era que en cuanto empezaba a llover fuerte, el ritual se detenía y el público (los turistas) se iba a comer, pero nunca había visto a un danzante caer en el lodo, y eso que acababa de decir me parecía bellísimo. Sé bien que Doña Pancha no dice las cosas sin querer, no se le escapan así no más…
Doña Pancha empezó a contarme todo después de un ligero y breve silencio, como de pluma que cae en el agua. Lo que pasa es que ese que todos ven no es nuestro ritual, fue lo primero que me dijo. Después me contó sobre cómo las autoridades municipales fueron modificando el ritual hasta llegar a convertirlo en lo que hoy sobrevive a nuestros ojos porque muchos turistas decían que las danzas eran lindas pero que no sabían por qué tenían que ser tan sucias, y les incomodaba ser salpicados de tierra mojada. Además había pocos hoteles y el pulque les sabía raro. Después de esto las autoridades locales y su astucia no tardaron en mover cielo, mar y tierra para hacer negocio, así que el ritual que vi estaba lejos de ser el que el abuelo del papá de Doña Francisca había bailado, lejos de ser el mismo del que me contaba doña Panchita.
La realidad me dio rabia. Pensé en muchas cosas y me vinieron a la cabeza muchos porqués, desde la explotación del indígena hasta la estupidez del famoso hombre civilizado.; desde complejos freudianos aplicados a las sociedades, hasta la nobleza o dejadez de un pueblo con sabiduría, tradiciones y bailes milenarios. Aun así no quise importunar a doña Francisca con mis tribulaciones internas, al fin y al cabo ni ella ni su pueblo habían provocado esta situación, quizá simplemente se adaptaban lo mejor que podían y con total dignidad a un mundo que entraba con fauces famélicas hasta la intimidad de su casa, y que amenazaba con comérselos.
Miré a doña Panchita y le sonreí con los labios, salud, le dije con toda sinceridad y chocamos nuestros litros de pulque. Doña Francisca me miró con total bondad y empatía después de dar un trago a su pulque, y me dijo actuando simpáticamente
entrecerrando los ojos y usando una mano como quien quiere decir un misterio: ¿Ves esas montañas que se ven allá lejos, por la ventana?- las montañas lucían majestuosas- Es allá adonde nos vamos cada año, cuando ya se han ido autoridades y turistas y a nadie le importa más un carajo ni nada. Es allá donde de verdad esperamos bailando bajo la lluvia a que llegue la tormenta, en la alegría de pertenecer a la madre naturaleza, con nuestros pies bien cubiertitos de lodo, todos enlodados y borrachos en el corazón de la tormenta.
El documental al final se hizo, llegaron hordas de turistas, autoridades y cineastas a la mítica aldea de Doña Francisca desmontando y montando equipos de sonido e iluminación con todo y servicio de catering. Hubo mucha emoción por parte de las personas que venían desde las ciudades más cercanas, por lo que las ventas de producto regional y de souvenirs fueron todo un éxito. Todos estaban entusiasmadísimos por ser parte de la milenaria tradición y por formar parte del escenario del documental que estaría destinado a competir en los más prestigiosos festivales y que de paso daría conciencia y profundidad al mundo civilizado.
Alejandro M.G
A veces respirar era
como abrirse las entrañas,
como situar el hambre en un mapa
o delirar con los ojos en las manos,
es decir,
palpar a ciegas,
es decir,
no saber dónde
acababa yo
y empezaba la vida.
(Aprender a ser tierra era
inevitablemente
aprender a desintegrarse)
Cristina Adler
No siempre fue indómito el tiempo,
que esculpí y ahora escupe y atrapa mis versos,
hacia lo insólito, acecha la exactitud en los términos,
la disidencia, entre el existencialismo inexistente,
y la energía cinética que refleja, esta dejadez de huellas,
cuya cohesión célebre celebré, siendo huésped de un fonema,
atormenté pétalos, parsimoniosos dedos del universo,
engendrados a lo entregado, sinfonía de una vida a capela,
tirando el dado, me encontraron, gane un millón de años,
tirados por engaños, un segundo, solo pido uno,
para cambiar de rumbo el mundo,
imaginando, despertando o soñando,
escribiendo, a lo sumo.
Sergio Sánchez
x
La esquina de la ventana muda
la sombra alicatada,
curiosa esquina circunspecta
que mira el tedio desde el tedio.
Cansada del polvo,
cansada del aire,
observa desde el cristal
el ajetreo gris urbanita
y su respiración se vuelve jadeo.
La esquina de la sombra alicatada
muda la ventana,
y el resultado es el mismo.
María Rey Campo
El pirata
En mi barco del amor, cualquier sirena tiene la puerta abierta. No me malentiendan, no es que sea cualquiera la sirena, sino más bien que cualquier preciosa nereida puede hacer olvidar mi orgullo.
Y claro, mi yo caballeroso deja la proa sin candado para que aquellas bellas, puedan cantarme al oído, aunque como buen amante libertino exijo al menos un polvo perdido, si perdido digo, porque nadie gana en el gozoso amor que dura lo mismo que una mirada a un horizonte con un amanecer tardío.
Ley de Murphy
Mi vida es una Ley de Murphy constante. Primero porque se inventan lo que soy o lo que digo y encima hacen de ello una Ley. Segundo porque son los otros los que lo dijeron y a esos, ni quisiera se les recuerda. Y tercero porque mi vida es la demostración constante de dicha Ley.
“La Ley de Finagle sobre la Negatividad Dinámica (también conocida como Corolario de Finagle a la Ley de Murphy), suele enunciarse como:
Algo que pueda ir mal, irá mal en el peor momento posible.”
Sara M. Pérez
Inercia
Pasé por el instituto
igual que otros pasan por una sala de espera
y después de la universidad
supe que no hay tiempo para segundas oportunidades
Escribí la carta más larga que nunca había escrito
y no se la envié a nadie,
la partí en trozos y la metí debajo del grifo.
Leí una última carta de amor de otro que hablaba de las ansías de vivir y del fin.
Con el dedo metido en el ombligo he cogido aire
para escuchar una historia que pensé que no llegaría a existir.
Ahora me siento y espero,
espero a que se me duerman las piernas.
La tarde
Si llego a casa y enciendo una vela,
una de esas que sólo se utiliza si hay tormenta,
y enchufo una lámpara pequeña,
hiervo agua en un cazo de porcelana
para que las hierbas me acallen las tripas.
Si busco algo en la radio
y abro un cuaderno y se queda abierto,
recibo una llamada y me levanto a por el teléfono
y es mi madre, que resulta
que está en la habitación de abajo
y claro, no contesto.
Todos sonreirán
Pueblo que crece por las esquinas,
dejando un corazón de ventanas rotas
como un anciano con los pies y la cabeza cada vez más hinchados.
Día para el pellejo,
el croissant y la farmacia de guardia.
Los jóvenes
mueren el resto de la semana,
se pudren en un sótano
igual que el techo de mi baño
igual que estas paredes que sudan.
Sara Ferro
The ship
¿Por qué no miras al humo saliendo del té?
Es infinito.
Y el vaso lleno que aun quema,
cuando no me lo puedo beber
y se queda sobre la mesa.
La espera, el silencio.
I’m up in the woods,
I’m down on my mind
I’m building a sill to slow down the time.
Es ese momento, antes del acto
En el entretiempo,
O interludio
(pues siempre hubo un acto anterior)
es en el que puedes encontrar la madera,
el sonido,
el agua rompiendo,
la hoja en la cima,
Lo ruidoso del tiempo
O la erosión de la caricia
que no bordea tu cama.
I’m finding some roots,
I’m clearing my mind,
I’m building a bridge
To cross flying by.
A la vieja escuela
Hoy me he sentido, por una buena parte del día, rica.
Afortunada, dotada con el dardo,
el dardo en la palabra.
A pesar del aula en el que solo se oyen teclas
y una voz lineal.
Baja. Constante. Sin altibajos,
que viene desde arriba,
que dice fechas,
enumera apellidos
y repite etiquetas.
Lanza preguntas que
enseguida se responde
“Inequívoco sesgo liberal”
oigo,
«poesía del intelecto, desprendida del “yo”».
Me caen mal los inequívocos.
Y veo apuntes que se lo creen,
Veo ideas de la voz caduca que se tatúan en la hoja nueva,
fresca, propia de cada alumno
¿es el alumno el siervo?
Siento rabia.
Me he quedado mirando por la ventana
y la voz seguía sonando.
Alguien ha hablado, pero la voz a retomado el discurso.
Me he puesto de pie en la mesa
Y las palabras ensayadas han taladrado.
Más fuerte.
Entonces he dejado de sentirme rica
He dudado de mi dardo en la palabra,
por no poder encontrar la palabra exacta,
–que no es exacta–, para describir este aburrimiento,
esta unidad sin partes que es el aula,
esta doctrina de momias,
estos dictadores de dictados
sin pasión,
Sin apertura,
con indiferencia,
con miedo a la digresión,
Sin creencia a la idea
que siempre es
o debería ser
Eternamente Nueva.
Ángela Arambarri