«Rosebud»

“ROSEBUD”

Tal vez el título de este artículo te haya atraído por una asociación cinéfila que te haya hecho recordar la gran obra de Orson Welles, pero no escribo estas líneas para hablar de Ciudadano Kane, no, el título es simplemente un anzuelo, un símbolo que busca una atención. Si con éste título la he conseguido bienvenido y bienvenida seas.

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Como bien he dicho, no vengo a hablar de una obra en concreto, sino del cine, mejor dicho, el CINE. Es bien sabido que asistimos a un espectáculo de auténtica ruleta rusa cada vez que pagamos 6, 7, 8 o incluso 9 euros, que se dice pronto, para ver absolutos bodrios dentro de la sala; arriesgamos nuestro tiempo y dinero con el fin de ver un espectáculo audiovisual que nos llene como espectadores, pero en este momento, por desgracia, no suele ser así. Muchas veces me he preguntado qué le ha pasado a una forma de arte tan noble como las que se refugia tras el celuloide, pero nunca he sacado una conclusión tan clara como esta, estamos ante el triunfo del plástico frente al vidrio; y esto no se aplica solamente en el mundo de la lona y el proyector, sino que vale para todos los medios artísticos de masas, pero me voy a centrar en la “fábrica de sueños”.

Mucho se ha hablado y mucho se ha escrito sobre el cine, pero lo mío va a ser una reflexión personal sobre un tipo de arte que ha conseguido inundar salas de proyección, teatros, salones, e incluso habitaciones. Queramos o no, el cine ha formado parte de grandes eventos en nuestra vida; una quedada con amigos, un acercamiento a ciertas drogas, una lágrima, un abrazo protector, un beso, un polvo… Una banda sonora, un fotograma, una escena, o ciertas frases son elementos que nos han educado y nos han formado políticamente, moralmente, socialmente, emocionalmente; y nos han hecho soñar, nos han enseñado que todo lo imaginable se puede hacer realidad.

Lamentablemente, como todo, el cine ha sufrido su decadencia, y actualmente acudimos a un espectáculo que ya no busca llegar al espectador de la manera que lo conseguía antes. Ahora las grandes producciones tratan al “respetable” como un completo gilipollas del que lo único importante es que se deje entre 6 y 9 euros en una entrada y otros 5 en palomitas y bebida para ver ¿qué? …efectos especiales. Atrás quedaron los años de Hitchcock, Truffaut, Goddard, Welles, Kubrik… en los que importaba más el cuidado de cada escena, cada frase, cada acorde en la BSO, cada gesto, cada mirada… que un héroe (por no ponerle el súper) que suelta tacos cada media frase, explosiones cada diez minutos, slow motion, o un croma épico que consiga efectos visuales espectaculares.

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Asistimos a una violación del cine que conocíamos antes de la década de los 90, a una prostitución de un arte que formaba a personas degradado en una sucesión de hechos triviales que simplemente busca entretener. Y entretener no tiene por qué ser malo, pero se ha llegado a un momento en el que el espectador, en vez de completar el ciclo comunicativo, se convierte en un pasajero inerte ante una sucesión de hechos que le son completamente indiferentes. Se ha vulgarizado al espectador tal y como se le ha vulgarizado en la televisión, atendiendo al 5º principio de propaganda de Goebbels.

Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar”.

De esta manera se ve la clara diferencia entre el cine del siglo XX con el del siglo XXI, donde nos encontramos con un cine que no innova, copia, busca la manera rápida de hacer dinero con películas cargadas de efectos especiales y vacías de contenido, personajes opacos, lejanos y reducidos al cliché absurdo, tramas simples sin elementos innovadores, remakes que rozan la vergüenza ajena, sagas interminables basadas en cómics o “best sellers” de moda, precuelas y secuelas de sagas que en su día funcionaban, pero que ahora son simples pretextos para un guion rentable, márquetin agresivo y sin escrúpulos. El cine de autor ha quedado reducido al mínimo y sólo se apuesta por directores que “venden”, la cartelera se plaga de superproducciones mediocres de las cuales las más inteligentes son para niños, la obsesión por la saga y la comedia americana se ha vuelto enfermiza y el cine europeo ha quedado como un viejo espejo de una manera de hacer cine que sólo gusta a pedantes, hípsters e “intelectualoides”.

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La “fábrica de sueños” ha abierto un ERE indefinido al arte y sólo ha dejado pequeños guiños de una época en la que brillaba cual estrella, para finalmente brillar como un neón cercano a una carretera nacional. Pero tal vez queda la esperanza en la frase “todo tiempo pasado fue mejor” y consigamos dejar atrás el plástico y volver al vidrio, volver a conmovernos como lo hicimos con El color púrpura, volver a sentirnos héroes como lo hicimos con Por un puñado de dólares, volver a sentir el suspense de Con la muerte en los talones, volver a enamorarnos como en Casablanca, pero, sobre todo, volver a ver el cine a través de los ojos de Totò en Cinema Paradiso.

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Kapy

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