Italia se despierta, por fin, ante uno de los reclamos más polémicos y revisados de los últimos años de su historia: el derecho al matrimonio igualitario y su consecuente derecho a formar una familia. Veintisiete años tratando de definir una ley que de una vez por todas dé cabida en la sociedad a miles de italianos e italianas dentro de la institución. Legislar algo es una manera de mostrar, desde la autoridad, que ese algo existe y es de vital importancia que un derecho universal como el matrimonio sea reconocido sin distinciones.
España ha sido considerado uno de los países más tolerantes respecto a la homosexualidad en Europa. Fue el tercer país del continente en aprobar una ley que cubriera por completo los derechos al matrimonio entre personas del mismo sexo y el primero en hacerlo sobre la legalidad de homoparentalidad, tanto en la adopción como en la reproducción asistida. España, a pesar de una reciente dictadura franquista y un legado de derechas (que aún hoy nos acompaña) parece un oasis progresista en mitad de una Europa mediterránea caduca.
Italia sigue los pasos de países como Portugal o Francia que ya aprobaron la ley en 2010 y 2013 respectivamente. Se abre el debate de nuevo, comienza a cuestionarse la legitimidad de la unión y la naturaleza de la orientación sexual. Comienzan los inconvenientes, las preocupaciones, los “peros” y se cuestiona la moralidad de todo. Aparece, una vez más, ese discurso hipócrita y autoritario que trata de justificarse en su finalidad protectora: Sus hijos no serían naturales, yo soy católico y practicante así que no estoy de acuerdo, son ganas de llamar la atención, son promiscuos y se divorciarían al poco tiempo, es necesario que los niños tengan la figura de un padre y de una madre para crecer adecuadamente, etc.
Aparecen los problemas con los que ya nos topamos aquí hace diez años y que aún hoy son tema de debate y argumento para algunos que todavía quieren deslegitimar un derecho tan básico como el de elegir con quién compartir experiencia y tiempo y cómo hacerlo.
La Iglesia fundamenta muchos de estos juicios desde siempre, atreviéndose a hablar de lo poco “natural” y “verdadero” de estas relaciones (já), ha sometido a estas personas a la condición de monstruosidad anti natura (já – já) y además cuestiona sus capacidades emotivas a la hora de formar una familia (já – já – já). Nada de esto es nuevo, se ha posicionado desde siempre como raíz y fundamento de la moralidad universal. Gracias a Dios, parece que poco a poco los hechos demostrables se están dejando en el lado de la ciencia y las creencias en el lado del misticismo privado de cada uno. Porque parece que se sigue cuestionando mucho (tanto aquí, como allí) la capacidad de las personas homosexuales en la crianza de los hijos, a pesar de que no existe ni un solo argumento que contradiga su competencia más allá de lo que se podría contradecir a una familia tradicional-católica.
Por otro lado, de sobra es sabido cómo los ritmos de vida occidentales han distanciado enormemente el concepto de familia actual con aquel en que se creía hace apenas un siglo. Si la política, la economía, la ciencia y en definitiva la sociedad están en perpetuo cambio, es necio pensar que la familia no debería hacerlo. Aunque también es extraño percatarse de la firmeza de los roles de género sobre los que hoy se justifica este modelo de parentalidad. En Italia, excusa perfecta para mantener una idea conservadora e inamovible sobre la “necesidad” de una “familia tradicional”. En España, es el argumento que nos ayuda a digerir que la “familia tradicional” se está transformando en un vestigio, pero que menos mal que aún existen esos roles (mujer-cuidadora, hombre-patrón) que nos tranquilizan pensando que el orden de las cosas en el fondo no se ha alterado tanto.
Y además de esto, no olvidar la propia cultura del país. Grafitis como “mejor maricón que napolitano” que recalcan (mucho más de lo que acostumbramos en España) esa división norte-sur, dejándote bien claro que ser un marica es ya de por sí malo, pero peor es ser un terrone ( https://es.wikipedia.org/wiki/Terrone ); anécdotas que describen cómo puedes acabar con un ojo morado si se te ocurre besar a tu pareja (del mismo sexo, obvio) en la plaza del Duomo de Milán (ojo, Milán, uno de los principales motores industriales del norte de Italia) o compañeros de piso que te preguntan si tus amigos españoles son “abiertos de mente” para poder “estar a gusto con su pareja” en una fiesta.
Queda claro que el debate está en la mesa, de pronto la homosexualidad existe y ha comenzado a moverse, ahora ya es imparable. Italia ha despertado y necesita una ley que regule esta necesidad. Acompañar al grito italiano en esta lucha es fundamental no solo para acabar de una vez con esta sinrazón en países tan cercanos culturalmente, sino también para recordar que aún queda mucho por hacer, que después de la ley queda un arduo trabajo educativo y una laboriosa reestructuración del sistema para eliminar tabúes y complejos, para construir una sociedad coherente y, desde luego, mucho más sana. #SvegliaItalia